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Antonio Muñoz Molina: El tiempo en nuestras manosOverlay E-Book Reader
Justo Serna

Antonio Muñoz Molina: El tiempo en nuestras manos

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Produktdetails

Verlag
Fórcola Ediciones, S.L.
Erschienen
2016
Sprache
Espanol
Seiten
170
Infos
170 Seiten
ISBN
978-84-16-24734-9

Kurztext / Annotation

¿Por qué hay que leer a Antonio Muñoz Molina? ¿Acaso porque es un gran novelista que forma parte del canon de la literatura española? No sería una mala excusa, pero hay razones mejor fundadas, como desvela el nuevo ensayo de Justo Serna. Las novelas de Muñoz Molina son de largo aliento, aspiran a la totalidad, a representar el mundo presente o pasado con sus personajes, sus episodios y sus objetos menudos. Son ficciones que recrean lo que hemos vivido pero no para reproducir lo ya sabido, sino para ponernos en riesgo, para hacernos sentir potencialmente lo que podríamos haber vivido.
Sus novelas se inspiran en la mejor tradición española y mundial, desde Galdós hasta Verne, desde William Faulkner hasta Philip Roth, desde Baroja hasta Barea. No hay barreras: un muchacho que empieza a publicar a comienzos de los ochenta ha de reconstruir un hilo roto, un repertorio de influencias, una base cultural que la Guerra Civil y el Franquismo fracturaron. Pero escribir novelas no es reparar un pasado mal resuelto; tampoco es ganar una batalla presente virtualmente. Escribir una historia ficticia es obligarte a pensar lo que pudo ocurrir, lo que bien pudo suceder, lo que moralmente aprendemos de esa circunstancia. El mundo del novelista se centra en Mágina, pero sus derroteros le llevan a Nueva York y también a una Europa que nos desmiente y nos mejora o nos empeora. España no es un lastre, es una posibilidad. Sus novelas no nos aleccionan, no nos adiestran. No hay nacionalismo que profesar. En sus obras, el mundo conquistado está siempre a punto de derribarse y el amor, la lealtad, la humildad, el trabajo, la decencia y la obstinación nos salvan.
Serna lleva años viviendo en el mundo de las ficciones de Muñoz Molina. Su libro nos devuelve esa tensión moral entre pasado y presente, entre lo ficticio y lo real, en un ensayo de prosa envolvente.

Justo Serna: Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia, es especialista en historia cultural.
Junto con Anaclet Pons ha escrito los siguientes libros: La ciudad extensa (1992), Un negoci de famílies (1996), Cómo se escribe la microhistoria (Cátedra-PUV, 2000), y La historia cultural (Akal, 2005).
Entre sus ensayos destacan: Pasados ejemplares. Historia y narración en Antonio Muñoz Molina (Biblioteca Nueva, 2004), y La imaginación histórica. Ensayos sobre novelistas españoles contemporáneos (Fundación José Manuel Lara, 2012), por el que ha recibido el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos. Ha sido colaborador habitual de la edición valenciana de El País y de Levante-EMV y ha publicado ensayos en algunas de la principales revistas culturales españolas: Claves de razón práctica, Pasajes, Cuadernos de Pedagogía, Lateral, entre otras.

Textauszug

prólogo

Antonio Muñoz Molina, observador e intelectual

Un novelista español, acreditado y bien conocido, publica de manera prácticamente simultánea dos libros de ensayo. Como mínimo resulta sorprendente. ¿Un narrador habitual deja la ficción para escribir sobre otras materias, sobre arte y política? ¿Qué avales tiene para pronunciarse? Además hay algo constatable: el buen ensayo vende menos, mucho menos, que las buenas novelas. ¿Para qué emplear su tiempo en géneros de menor salida comercial? Podríamos pensar que, al ser licenciado en Historia del Arte y al tener estudios de Periodismo, dicho novelista se consiente esta licencia, esta expansión. En realidad, a poco que se conozca su trayectoria, el narrador no ha dejado de escribir artículos y ensayos desde que empezó su carrera literaria.

¿Y esos saberes académicos que tiene son los que le facultan para cultivar dicho género y para enjuiciar la pintura o la actualidad? Los conocimientos doctos no valen si no fermentan, si no se desarrollan, si no se aplican con inteligencia e intuición. Hay que informarse, pero sobre todo hay que adiestrarse, instruirse. Cabe un don especial. O, más vulgarmente, una preparación.

Y se requieren condiciones intelectuales: más propiamente, ser un intelectual , casi un filósofo..., alguien que se pronuncia, que tiene la audacia de enjuiciar, de sopesar. Eso sí: después de mucha información y erudición. Si es por pensar y por juzgar, todos somos filósofos, decía Antonio Gramsci. Vemos y nombramos, damos sentido a las cosas y evaluamos. Ahora bien, con frecuencia eso lo hacemos de carrerilla: con creencias o ideologías que se nos imponen. ¿Qué es lo preferible? ¿Hablar de prestado, pasivamente? No, responde Gramsci. Hay que pensar y juzgar con autonomía y con crítica: cada persona debe interrogarse sobre lo que hay, sobre lo que ocurre y sobre sí misma, participando activamente en la historia del mundo. Si no lo hacemos nos impondrán opiniones e ideas ajenas: nos someteremos con docilidad.

Todos somos intelectuales, insiste. Discurrimos y creamos, nos expresamos e intervenimos en la sociedad. Son intelectuales quienes cumplen esa función y quienes se comprometen públicamente, analizando y exponiendo sus resultados. En principio, no todo el mundo desempeña dichas tareas.

En realidad, cada persona puede hacerlo: si de lo que se trata es de pensar y juzgar, la convocatoria es común. Hacen falta voluntades y razones, gentes decididas a pensar por sí mismas, decididas a intervenir y a comunicarse. Eso nos pone en un compromiso y en un brete: es decir, nos compromete. Todos somos intelectuales, pero no todos cumplimos esa función. Ciertas personas de la literatura, del arte, de las humanidades, de las ciencias cavilan públicamente y nos entregan sus reflexiones a manos llenas. Razonan sobre lo público, intervienen, aciertan, se equivocan, y a los restantes nos sirven de referentes para observar críticamente.

El caso que describo podría ejemplificarse en el novelista español Antonio Muñoz Molina. Estudió Historia del Arte y Periodismo -como adelantaba-, pero eso no le faculta especialmente. Hay algo más. El creador es, antes que nada, un observador: un tipo que otea y que examina, que se familiariza con lo extraño y que se sorprende con lo evidente. Vemos lo que tenemos delante, aquello que nos frena, que nos sorprende favorable o desfavorablemente. Vemos lo que nos deja indiferentes, aquello que nos repugna, que nos satisface. Pero también podemos no ver, podemos no apreciar lo que está enfrente. Por decisión o por descuido. La mirada no es una mera impresión sensorial: es un delicado ejercicio intelectual, una laboriosa operación. Damos significado a lo que distinguimos. ¿Valiéndonos de qué? De los ojos, pero también de los códigos, de la educación. Muchos vemos poco y pocos ven mucho, alcanzando a descubrir lo que a simple vista no se distingue: por distante

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